BIENVENID@S

Hola a tod@s, este blog está pensado para todas aquellas personas que estén muy muy de los nervios, y quieran seguir paso a paso mi evolución en este período de mi vida caracterizado por tres factores: SOLTERÍA, HISTERIA Y FAMILIA.

Asistiréis a mis visitas al psicólogo y os iré informando si realmente merece la pena dejarse la pasta en alguien que se limita a escucharte y que podría ser perfectamente tu mejor amiguísssssima con la salvedad de que después del café te pide dinero.

Espero que os guste. Cualquier sugerencia, no tenéis más que expresarla.
Junt@s lograremos superar esta crisis de nervios.

martes, 9 de marzo de 2010

90210: El número que salvó una década


Me masturbo furiosamente, casi contra natura, y el advenimiento del efímero goce me trae consigo una melodía fácilmente reconocible. Me doy un tiempo prudencial y hago como si no supiera de dónde viene, y sigo tarareándola hasta su fin... Se trata de la sinfonía de entrada de "Beverly Hills 90210", o como cruelmente se conoció en el país de Cervantes "Sensación de vivir", la serie que salvó una de las décadas más decrépitas de la historia, al menos del siglo XX (las guerras mundiales yo no las viví, así que me dan igual).

Corría el mes de abril de 1990 cuando los primeros episodios ya hacían furor en el corazón (o mejor dicho, corazoncito) de todos los españoles pre y adolescentes que nosotros éramos. Y es que no era para menos, la serie recogía todo lo que a una nueva España, preaznarista y neorrica podía necesitar. Jóvenes pijos (y algunos no tanto) que jugaban a ser dioses en un contexto lujurioso y cálido y todo ello emitido por una cadena privada... la demasié.

Y qué decir tiene la parafernalia del marketing que ello conllevó, como fueron los chicles de cinco pesetas (0,03 €) que guardaban tan maravillosas pegatinas con las que no pocos forrábamos nuestras carpetas, las gorras con el código postal 90210 que tanto y tan bien nos protegieron del temible sol de más temibles y proletarios lugares de vacaciones como campings y los pueblos de nuestros padres...

Todavía me sorprendo cuando recito de memoria los nombres de todos ellos sin tener que recurrir a la gran Wikipedia. Hagamos un breve repaso:

. Brandon: Imposible no comenzar por él. El guapo, el buen hijo, el magnánime, Su único error fue liarse con el cayo malayo judío con el que los guionistas le asociaron. Parece ser que éstos debían de estar muy familiarizados con la Soah porque sino no se explica. Su corte de pelo todavía sigue vigente en la actualidad y con él la gomina desbancó a la espuma definitivamente (bueno, Mario Conde también ayudaría pero de él hablaremos en otra ocasión).

. Brenda: La super hermana, la que aspira a parecerse a sus amiguitas ricas, vamos, lo que todas en algún momento de nuestra vida cuando nos presentan a alguien rico, o sea, genial. Y ni que decir tiene el día que pierde la virginidad con Dylan, vaya morbazo nos dio a más de cuatro.

. Dylan: El chico malo que todos quisimos tener como novio alguna vez. Una mezcla entre James Deen y Elvis Prestley que no dejó indiferente a nadie.

. Kelly: Mi debilidad, lo reconozco. Lo tenía todo: era rica, guapa, presuntamente inteligente (aunque eso es absolutamente lo de menos) y un poco putuca, que es lo que nos gusta y lo que nos hace ver que no estamos solas en este mundo de incomprensión. Para colmo, un día va y la viola un bollazo en su primera cita. ¿Se puede pedir más?.

. Dona: Pues poco o nada se puede decir de esta chica cuya trayectoria profesional puede compararse a la de Paris Hillton: "Papá, ¿me das curro?. Además era fea y su personaje anodino y completamente suprimible. Nunca conocí a nadie que se identificara con ella.

. Andrea: El punto negro de la serie. Lo tenía todo, al igual que Kelly, pero con otro tipo de matices: Fea (¿quién demonios hizo el casting?), pobre (vivía con su abuela en un chalé prefabricado, qué vergüenza), judía (encima la tía se lo restregaba por la cara a los pocos tíos que se interesaban por ella) y vieja (ni si quiera el buen trabajo de los maquilladores pudo evitar que se notara que ya había pasado la etapa adolescente hacía mucho). En fin, todos sabemos que acabón con Brandon, con lo cual la sociedad española la odió tanto o más que a Donna.

. Steeve y David: Los junto porque dos actores tan loosers no merecen la pena dedicarles una mención especial. El primero acabó con Dona, y el segundo, pues no me acuerdo, aunque tampoco me importa.

"Beverly Hills 90210" llegó a nuestro país en un momento en el que España se despertaba de un letargo económico, social, e incluso moral consecuencia de la resaca de años intelectualmente productivos. La movida madrileña había muerto y ahora el capitalismo y la globalización más feroces se iban a instalar, por fin y definitivamente en nuestros hogares, por eso, esta serie supo accionar la palanca del éxito, esa en la que los españoles aspirábamos a ser super guays y super modernos y super todomeencanta un una Europa que aún hoy, mejor dicho, sobre todo hoy, nos ve como unos ordinarios venidos a más.

domingo, 21 de febrero de 2010

DE CÓMO ME DI CUENTA DE QUE NO ERA COMO LOS DEMÁS

En realidad siempre lo había sospechado. No hacía falta ser un lince para darse cuenta, o haber estudiado un máster en psicología evolutiva para darse cuenta de que yo no era como el resto, pero cuando uno tiene tan corta edad, pues se cree que todo es normal por el hecho de que los prejuicios sociales todavía no han hecho mella.

Al principio todo me parecía muy normal como ya digo, y nada me inquietaba aparentemente. El problema comenzó durante mi primera escolarización, la tan añorada Educación General Básica. Corría el año 1991 y Europa se estremecía ante las desoladoras imágenes de la guerra de los Balcanes. Alguien externo a mi colegio vino un día a presentarnos un vídeo sobre el conflicto. Por cierto, algo políticamente incorrecto en la actualidad porque las imágenes eran verdaderamente traumatizantes para niños de entre 10 y 14 años, pero estoy seguro de que el tipo no lo hacía con ninguna mala intención, simplemente la de concienciarnos de la sinrazón de la guerra, cualesquiera que fueran sus causas.

Mientras visionaba aquella sarta de horrores con niños desangrados (quizás desfallecidos, quizás muertos), mujeres atacándose entre ellas por llevarse a la boca un mendrugo de pan, o niñas violadas que vagaban con la mirada perdida entre los campos de concentración, empecé a darme cuenta de que no sentía absolutamente nada, de que la indolencia más completa se había apoderado de mí con una sutileza, entre lo pasmoso y lo obsceno, que llegó a asustarme.

Al ser yo un niño pizpireto y muy redicho, casi insolente, me daba cuenta de que todos mis compañeros, aquellos críos que me rodeaban con compungidos gestos estaban esperando de mí la reacción última del dolor y la angustia, esto es, mi llanto.

Y como desde bien pequeñito mis padres me han enseñado a darle a la sociedad lo que ésta espera de mí, no pude por menos que echarme a llorar, sacando las lágrimas de un desierto ocular que respondía al hecho de mi vacío sentimental. Que yo recuerde, ésa fue mi primera gran actuación de cara a la sociedad para no ser desenmascarado: Yo no tenía sentimientos, había nacido vacío e impertérrito, lo cual siempre he encontrado una virtud más que un defecto pues me permitía observar la realidad con mayor objetividad.

De hecho, siempre supe que mi madre fingía no saberlo, y le encantaba comportarse como una madre normal cuyo hijo tiene ganas de sentir y vibra con palpitaciones de alegría, pero quizás se culpaba por la maldita herencia que me había transmitido: Ella tampoco sentía nada. Por eso yo también hacía como que no lo sabía, para que no se sintiera como un monstruo. Curioso juego éste pensaba yo mientras la espiaba a escondidas.

Con el paso de los años, llegó la adolescencia, y yo imitaba los comportamientos de los prepúberes a pies juntillas. Qué fácil es pasar desapercibido, me solía repetir interiormente cuando expresaba un presunto flechazo por alguien o dibujaba corazones con iniciales dentro.

Mi etapa preferida era el verano. Había que elegir una víctima y declararte enamorado de ella durante los meses estivales hasta que llegara septiembre y la vuelta a las clases te permitiera olvidarla. Era tan sencillo el juego de la vacuidad...

Llegado ya a adulto, la sociedad esperaba de mí una pareja, y yo no estaba dispuesto a decepcionarla. Seleccioné con esmero la víctima, aunque no fue difícil, pues ahí también fingí un presunto flechazo, y seguí con atención todo el protocolo que tan estudiado tenía a mi alrededor: Cortejo, llantos de angustia por desesperación, declaración, primer beso... Todo salió a pedir de boca, incluso llegué a creer, no sin cierta ingenuidad, que me había curado del concepto que hoy quiero confesaros, mi incapacidad emocional.

Tras algunos años felices (no hay que olvidar que la sociedad premia a los que siguen sus dictámenes) huí, bien lejos, donde pudiera empezar de cero, ya que empecé a creer que mi propia pareja me había descubierto y sólo el mero hecho de que se supiera que no era como el resto me aterrorizaba. Había llegado el momento de condenarme yo mismo al ostracismo. Incapacidad emocional rima con soledad. Son dos conceptos que van el uno con el otro. Y eso lo sabe quien lo padece.

Hoy me decido a escribir estas líneas como una llamada de socorro. El blog se titula "Mi terapia Psicológica: Camino hacia ninguna parte" y no es por casualidad. Quiero purgar este dolor que consiste precisamente en eso, en no sentirlo, y creo haber empezado la senda correcta para conseguirlo, el problema es que no sé a dónde me llevará.