BIENVENID@S

Hola a tod@s, este blog está pensado para todas aquellas personas que estén muy muy de los nervios, y quieran seguir paso a paso mi evolución en este período de mi vida caracterizado por tres factores: SOLTERÍA, HISTERIA Y FAMILIA.

Asistiréis a mis visitas al psicólogo y os iré informando si realmente merece la pena dejarse la pasta en alguien que se limita a escucharte y que podría ser perfectamente tu mejor amiguísssssima con la salvedad de que después del café te pide dinero.

Espero que os guste. Cualquier sugerencia, no tenéis más que expresarla.
Junt@s lograremos superar esta crisis de nervios.

lunes, 22 de junio de 2009

LA PRUEBA DEL CRIMEN ESTÁ HECHA DE FIBRA


Bajo las escaleras de mi casa sudoroso, casi compulsivamente, como si alguien estuviera siguiéndome con un cuchillo por la estrecha escalera de servicio en la que me encuentro (bajar por la escalera normal, que es más ancha, o por el ascensor, me parece hoy un acto de ostentación). Llego hasta la puerta, me echo encima, la empujo violentamente; sin embargo, me dejo inundar por el solecito que me saluda esta mañana y me pongo a caminar muy lentamente como para observar y comprender mejor aquello que veo todos los días.


Y efectivamente. Paso delante de la tienda de ropas de segunda mano que se encuentra justo al lado de mi casa, y algo me dice que debo ralentizar aún más el paso. Sigo de cerca los pasos de una niña que juega con una piedra en el suelo, y cuando me quiero dar cuenta, ya he traspasado el umbral de la puerta del establecimiento. Una extraña sensación energética se apodera de mis sentidos...


Empiezo a mirar a mi alrededor: Me hallo rodeado de cadáveres textiles apiñados los unos contra los otros, sin ningún respeto, que parecen pedir clemencia y que alguien se los lleve para tener una muerte digna. Algunos hablan por sí solos. Todos han tenido un pasado.


Casi instintivamente paso la mano encima de una camisa blanca de hombre. La separo del resto para mostrarle mi solidaridad y me doy cuenta de que tiene la marca difuminada (quién sabe si mal borrada) de un pintalabios rojo pasión en el cuello. "No quiero tus explicaciones, ya he tenido bastante", le habría dicho ella, "Sólo quiero que no me odies, que no guardes un mal recuerdo de mí", le respondió seguramente él, "Que te vaya todo bien", insistiría ella, haciendo gala de una elegancia orgullosa sacada de ninguna parte y un esfuerzo titánico para mantener el llanto delante de aquél que le hubo traicionado, para cerrar la puerta con un seco golpe y fundirse en un océano de lágrimas encima de lo que hubiera sido el lecho nupcial durante mucho tiempo.


Continúo desplazándome entre tanto despojo de fibra como un autómata, y piso sin querer una camisetita de tirantes morada, algo tímida, cuya asimetría y deformidad evidencian de forma contundente una atopsia más que sencilla. Aquella calurosa noche de julio ella no aguantó más el frenético deseo de verle, y le mandó uno de esos eseemeeses en los que no se dice nada pero se dice todo. Él, tardó muy poco en presentarse en la puerta. Ella creyó que se le salía el corazón del pecho cuando sonó el timbre, ya no había marcha atrás. Estaba a punto de cumplir aquello de "la mejor manera de resistir a la tentación es sucumbir". Abrió la puerta. Los saludos, las fórmulas sociales estaban de más. Sabían perfectamente que estaban fuera de la ley, que ambos eran culpables de deseo, y ello les daba permiso a comenzar lo antes posible. Él se abalanzó sobre ella que apenas pudo cerrar la puerta; la besaba con fuerza, introduciendo bien la lengua para hacerle comprender que aquella noche todo era posible, no había sitio para el pudor. Ella, contra la pared, le rodearía con sus piernas como haciendo un esfuerzo sobrehumano para que ambos sexos se encontraran. Él, sobreexcitado por sus prominentes pechos, intentó desgarrar esa maldita camiseta de tirantes que se negaba a abandonar el cuerpo de su propietaria; no tuvo más remedio que tirar de ella violentamente y hacia abajo para poder comer esos pezones como si de un elixir libidinoso estuvieran cargados.


Decido dejar la prenda en un lugar apropiado, con otras camisetitas, todas tendrán muchas historias que contarse entre ellas, me digo para tranquilizarme, y empiezo a sentirme mal. Cada cosa que toco me cuenta su particular pasado y una frustración que no puedo explicar empieza a apoderarse de mí. Mi vida es aburrida, le digo a un abrigo de pieles sintético que alguna adolescente sin personalidad habría utilizado para creerse elegante, yo no puedo hacer nada por vosotros.


Compro un pañuelo de algodón que todavía emanaba restos de dignidad, y verso en él algunas lágrimas sin que me vean unas destartaladas bufandas que en pleno mes de julio me resultan aún más patéticas si cabe. Inmediatamente después vuelvo a ponerme a caminar de manera nerviosa, casi compulsiva, por las calles de la ciudad.